TEXTOS LITERATURA INFANTIL JÓVENES LECTOR GENERAL
LITERATURA INFANTIL
POESÍA
A LOS MAGOS DEL SABER
¡Buenos días para ustedes, Maestros y Maestras!.
Buenos días para ustedes,
que tienen en sus manos,
la magia de pintar sobre un tablero,
la historia del diluvio o el sombrero,
que se puso Rin Rin para salir
Buenos días cada día a mis maestras.
Y antes de que les cuente lo que pienso,
permítanme preguntarles en estos versos,
A ustedes, tan estudiadas y tan inteligentes,
¿qué se siente el tener - y todos juntos -
tantos hijos y tan desobedientes?.
Buenos días para siempre a ti maestra,
guardiana del saber en este templo,
yo te voy a contar con un ejemplo,
por qué contigo estudiar es una fiesta.
Por ti maestra, en días felices,
y a pesar del cansancio o de la tos,
he jugado a que el 5 y la S son lombrices,
que bailan junto a un ganso, que es el 2.
Y que La H corre en zancos tras el 8,
mientras la Ñ tuerce cejas de trapero,
porque la i hace equilibrio cual borracho,
con el punto que lleva de sombrero.
Sabia maestra debes ser con mucha ciencia,
Y mas, si es cierto lo que dice mi papá;
que inventaste las pastillas de paciencia,
para no repetir cual Girafales... tá, tá, tá, Tá.
Y si un día nos regañas, dulce maestra,
¡Por una mentira mas blanca que el arroz!,
Luego entre el ABC, la suma y la resta,
regálanos la sonrisa florecida de tu voz.
Feliz día también a los maestros.
A los maestros,
¡ Esos valientes caballeros, !
que por nosotros se enfrentan sin temor ,
sin vestir armadura y con solo un marcador,
a un monstruo tan grande como Francia:
ese monstruo al que llamamos ignorancia.
feliz día les decimos sus alumnos,
y con el alma repetimos, ¡feliz vida!.
nuestro deseo es que de sueños les sirvan todo un plato,
y que la suerte los atrape entre sus redes,
pero a cambio... celebremos este trato:
que seamos siempre niños para ustedes.
que de la mano nos lleven sus consejos,
y que en nuestra frente dibujen una cruz,
que nos proteja si un día estando lejos,
extraviamos el norte de su luz.
¡buen día, sí, y buena vida¡.
para los maestros del mundo va este beso,
que el viento llevará desde mi mano,
volando cual gaviota en el verano,
en él pido a Dios y por ustedes rezo.
y recuerden que aunque pase el tiempo a nuestro lado,
sus alumnos NUNCA NUNCA dejaremos de querer,
A quienes tanto nos han querido y enseñado:
Nuestros maestros, los magos del saber.
EL LAPIZ Y EL CUADERNO
Los lápices y los cuadernos se complementan con su buena amistad. Los lápices hacen cosquillas y rascan las hojas del cuaderno, a la vez que los cuadernos permiten que los lápices hagan bellos dibujos y escriban en su piel las más queridas palabras. Así se acompañan. Mientras el cuaderno pierde poco a poco su olor y su brillo, el lápiz se hace más chico y con su punta más gorda, que es algo que les duele mucho. Juntos siempre, van envejeciendo mientras esperan la llegada de aquellos que los remplazarán en el escritorio de los niños. Pero de tanto en tanto el lápiz debe visitar al sacapuntas, que siempre anda solo, para que afile su punta y él pueda volver a su trabajo de pintor y escritor.
Una vez, un lápiz especialmente orgulloso visitó al sacapuntas y este, que ya le conocía ese defecto, mientras lo tajeaba le decía: mira que el cuaderno solo se aprovecha de ti, tu le das todo y el no te da nada, ni siquiera te ayuda como yo, que te quito la gordura de la punta y te dejo muy bello. Si estuvieras siempre conmigo, estarías elegante y hermoso. Le dijo esta y tantas cosas que el lápiz no regresó más con el cuaderno, permitiendo que el sacapuntas lo tajeara una y otra vez para dejarlo muy pintoso. Pero, después de unas pocas veces, el lápiz descubrió con tristeza que ya era tan pequeño que de él sólo quedaba el borrador, y por eso su nuevo amigo sacapuntas lo abandonó, ya que no tenía nada más que tajearle. Moraleja: si escuchas la adulación de los que únicamente están pendientes de sus intereses y te alejas abandonas a tus verdaderos amigos, con el poco tiempo te encontraras solo y arruinado. |
LECCIÓN DE IDIOMA
LECCIÓN DE IDIOMA
Cuando la humanidad era niña
Se tenían que conformar
Con señalar con el dedo
Lo que querían nombrar
Debe haber sido terrible
Ver en el cielo una estrella
Y en lugar de decir ¡que bella!
Gruñir como gruñe un tigre
Que aburrido no poder
Escribir: ¡cuánto te pienso!
Pero sin escribir ni leer…
¿Sería su idioma el silencio?
El lenguaje fue inventado
Para expresar lo más noble
Luz, mañana, hijo amado,
Mariposa, agua o roble.
Aunque la palabra más bella
Que fue como diez primaveras
Más grande que mil estrellas
Fue la palabra primera
Cuando el cielo la escuchó
Ya lo dijo el santo padre
Hasta el eco repitió
Esa palabra que es: madre
Madre o mamá es romaza
Es la suma del cariño
La que enseña la esperanza
Seas mayor o seas niño
Su idioma es una gran mesa
Donde amor sirve a montones
Cuando excusa tu pereza
O te cura moretones
Con ella nació el idioma
Con ella nació la vida
Como si fuese paloma
Que en el lenguaje se anida
Son idioma y corazón
Los que expresan su sentir
En una bella canción
O en el libro, al escribir.
Y sin idioma no habría escuela
En esto yo no te miento,
Como en lo oscuro y sin vela
No habría conocimiento
El idioma no interesa
Al animal del potrero,
o al que solo la cabeza
le sirve para el sombrero.
Para ellos es nuestro idioma,
Un asunto de palabras,
Repartidas como cabras
Comiéndose el punto y coma.
Para ellos un libro bueno
Es menos que yegua tuerta
Menos incluso que el heno
O la tranca de su puerta
Por eso el día del idioma
Y para explicar lo que cuento
Haré una pequeña broma
En este pequeño cuento:
Preguntó una vez un maestro:
¿Qué es un conjunto de hojas
Con un contenido adentro
Que suele darnos placer
Y que bien puede valer
Porque paga el precio justo
Del trabajo que allí aloja
Prepararlo para el gusto
De Raimundo y todo el mundo?
Y un niño le respondió:
¡Es un libro! profesor.
Mi muchacho, estas muy mal,
Le dijo el sabio instructor
La respuesta es: Un tamal.
¿De hojas un gran montón
Y adentro algún contenido
Que no nos enseñe ideas
Reflexiones o emoción?
Permíteme yo te lo explico
Que aunque te parezca rico
Nada más sería un tamal.
El libro es una canción
Ideas como un panal
Donde la miel son palabras
Pero solo cuando lo abras
Él te dará su manjar
No te vayas confundiendo
Lo que es valor, con el precio
Al libro das valor leyendo
Y cerrado es adorno necio
Cerrado no vale nada
Vale más ¡una empanada!
Autor: Norwell Calderón Rojas
Cuando la humanidad era niña
Se tenían que conformar
Con señalar con el dedo
Lo que querían nombrar
Debe haber sido terrible
Ver en el cielo una estrella
Y en lugar de decir ¡que bella!
Gruñir como gruñe un tigre
Que aburrido no poder
Escribir: ¡cuánto te pienso!
Pero sin escribir ni leer…
¿Sería su idioma el silencio?
El lenguaje fue inventado
Para expresar lo más noble
Luz, mañana, hijo amado,
Mariposa, agua o roble.
Aunque la palabra más bella
Que fue como diez primaveras
Más grande que mil estrellas
Fue la palabra primera
Cuando el cielo la escuchó
Ya lo dijo el santo padre
Hasta el eco repitió
Esa palabra que es: madre
Madre o mamá es romaza
Es la suma del cariño
La que enseña la esperanza
Seas mayor o seas niño
Su idioma es una gran mesa
Donde amor sirve a montones
Cuando excusa tu pereza
O te cura moretones
Con ella nació el idioma
Con ella nació la vida
Como si fuese paloma
Que en el lenguaje se anida
Son idioma y corazón
Los que expresan su sentir
En una bella canción
O en el libro, al escribir.
Y sin idioma no habría escuela
En esto yo no te miento,
Como en lo oscuro y sin vela
No habría conocimiento
El idioma no interesa
Al animal del potrero,
o al que solo la cabeza
le sirve para el sombrero.
Para ellos es nuestro idioma,
Un asunto de palabras,
Repartidas como cabras
Comiéndose el punto y coma.
Para ellos un libro bueno
Es menos que yegua tuerta
Menos incluso que el heno
O la tranca de su puerta
Por eso el día del idioma
Y para explicar lo que cuento
Haré una pequeña broma
En este pequeño cuento:
Preguntó una vez un maestro:
¿Qué es un conjunto de hojas
Con un contenido adentro
Que suele darnos placer
Y que bien puede valer
Porque paga el precio justo
Del trabajo que allí aloja
Prepararlo para el gusto
De Raimundo y todo el mundo?
Y un niño le respondió:
¡Es un libro! profesor.
Mi muchacho, estas muy mal,
Le dijo el sabio instructor
La respuesta es: Un tamal.
¿De hojas un gran montón
Y adentro algún contenido
Que no nos enseñe ideas
Reflexiones o emoción?
Permíteme yo te lo explico
Que aunque te parezca rico
Nada más sería un tamal.
El libro es una canción
Ideas como un panal
Donde la miel son palabras
Pero solo cuando lo abras
Él te dará su manjar
No te vayas confundiendo
Lo que es valor, con el precio
Al libro das valor leyendo
Y cerrado es adorno necio
Cerrado no vale nada
Vale más ¡una empanada!
Autor: Norwell Calderón Rojas
EL HIPOPOTAMO QUE NO SABÍA VOLAR
Dedicado a Yenifer Melo García la heroína de cinco años que me salvo de morir.
EL HIPOPOTAMO QUE NO SABIA VOLAR
(La verdadera explicación del fenómeno visto el 16 de mayo pasado, en el observatorio espacial de Sudáfrica).
- Pero es que es así mi angelito - le dijo muy triste su mama – los hipopótamos no sabemos volar.
Cleto la miro furioso y fue a sentarse junto al río, desde donde veía las escamas relucientes que dibujaba el viento sobre la gran serpiente de agua. No podía entender, y eso no era novedad porque Cleto era muy joven, que su mama le dijera siempre esas palabras: no se puede y también eso horrendo de no se debe. Además – penso el verde y robusto Cleto – eso no tiene sentido. Mi mama me dice angelito y hasta donde ella misma me ha contado los angelitos hipopótamos vuelan...¿ entonces porque no puedo volar yo? .
¡Ah¡, ¡pobre y triste cleto y pobre su mama¡, que era profesora de danza en varias lagunas cercanas. Ella nunca tenía respuestas adecuadas para el y el nunca encontraba las preguntas que ella pudiera responder con la palabra “sí”. Además – como de todos es sabido – Cleto por ser nacido un 29 de febrero del primer año bisiesto del siglo, estaba condenado a cumplir solo un año, mientras que sus amigos cumplían cuatro. Y eso avergonzaba a su mama y a toda su familia. Cleto era un chico bueno pero todos lo miraban con recelo, como si de el solo pudieran esperarse vientos de tormenta.
Una mañana antes de que el sol soltara el vaho de su luz, Cleto huyo de la manada y se lanzo a recorrer los campos de África. Casi siempre marchaba cerca del río, porque Cleto sufría de sed y porque el pensaba que si algo le fallaba cuando estuviera aprendiendo a volar, sería mejor caer en el agua que en esa reseca tierra. Y cuanta razón tenia. Porque, aunque en sus primeros meses de errancia tuvo que posponer sus sueños de aprender a volar, para dedicarse a otros menesteres, un ocaso de marzo conoció a quien sería una gran influencia en su vida. Lorenzo, el vampiro vegetariano.
Lorenzo era también un renegado a quien su propia familia despreciaba. Y era vegetariano, no porque odiara la sangre, sino porque era incapaz de chupar a nadie. Lorenzo, un vampiro pálido y con una sonrisa de niño, sufría un terrible mal que no había querido confesar a sus cien mil hermanos : la enfermedad de la cobardía.
Así que, un ocaso en las praderas junto al Nilo, los dos animales se encontraron de topes. Cleto caminaba con la cabeza gacha recordando a su mama y Lorenzo miraba hacia su espalda esperando que sus hermanos se alejaran para chupar unas cuantas flores rojas, y así pensar que bebía la sangre mas delicada y nutritiva. Entonces ¡PUM.¡ Se dieron el tope en la frente. Durante un minuto pareció que Lorenzo era un tatuaje en la frente de Cleto y que Cleto era un bailarín de Rap. Tales eran los extraños movimientos que hacia el hipopotamito por causa del dolor. Pero luego de las respectivas disculpas, estuvieron hablando y congeniaron tanto que cada uno contó al otro su desgracia.
Desde ese día fueron inseparables. Cleto regalaba algunas veces al vampiro palido – siempre y cuando no estuviera escaso de comida – unas cuantas chupadas sencillas de su espesa y deliciosa sangre, sin decirle jamas a su amigo Lorenzo que a él le gustaba ese alivio, pues, por tener tan espesa la sangre, los hipopótamos se cansan muy rápido. Eso se debe a que su corazón es como un barco de remeros, que remara entre sopa de harina. A su vez Lorenzo le enseñaba a volar a Cleto.
Al principio todo fue un estrepitoso fracaso, y algunas garzas que frecuentaban el lugar tuvieron que buscar a sus médicos por haber empezado a sufrir hernias en el estomago. Tal era la forma en que se reían de Cleto y sus andanzas.
Pero ni el hipopotamo se desanimo, ni Lorenzo dejo de pensar en resultados.
No en vano Lorenzo, por no salir nunca de paseo con sus hermanos, se había dedicado a leer algunos libros sobre meditación y, sobre todo, sobre el entrenamiento para deportistas olímpicos. Claro que no era fácil. Cleto no resistía ni una abdominal y jamas lograba tocarse, juntando los dos codos detrás de su espalda. Pero en lo demás era un chico muy juicioso y despierto.
Para Junio hicieron nuevos intentos con un poco mas de éxito. En el diario cronograma de Lorenzo se registro: “9 de junio, Cleto se ha levantado un centímetro del suelo agitando sus brazos. Estoy tan sorprendido como emocionado”.
El 16 de junio un Lorenzo preocupado registro 1,2 centímetros, y el 21, el vuelo se redujo otra vez a un centímetro.
Cleto concluyo que Lorenzo fallaba en el programa de entrenamiento y habría que hacerle a este una revisión. Así lo hicieron. De la conclusión se derivo un nuevo régimen de vida. Cleto debía además de los ejercicios, cambiaría su régimen alimenticio y adoptaría las costumbres de Lorenzo. No en vano Lorenzo volaba; por algo tenía que ser.
Fue una experiencia grata para ambos; pues si bien el comer flores rojas no era el sueño gastronómico de Cleto, dormir boca abajo sostenido de una rama, represento un gran alivio para la columna del pequeño hipopotamo. Luego fueron sucediendo los otros cambios. Por ejemplo, el mas drástico y que lo cambio todo: habiendo notado Lorenzo que sus manos y las de Cleto eran diferentes, decidió que este ultimo no utilizara mas sus brazos agitados como el motor de su vuelo. En adelante Cleto utilizaría sus orejas para darse impulso.
¡que maravillosa idea, que acierto colosal¡. A los dos días Cleto volaba lento pero seguro sobre el río y luego – exceso tal vez de confianza – sobre las nubes de las praderas del parque natural de Zaire.
Era un vuelo, no hay que negarlo, lento. Pero un vuelo hermoso, en el que Cleto agitaba rápidamente, con millones de instantáneos movimientos sus orejitas chistosas (y hasta ese día el no había sabido para que la naturaleza le había dado esas orejas chistosas), permitiéndole vagar como un globo de aire de Goodyear.
Dos años paso Cleto así, feliz y vagabundo en compañía de su amigo Lorenzo, el vampiro cobarde que solo chupa flores. Pero en mala suerte una mañana se encontró de narices con su manada.
La mama lo regaño por su abandono y le dijo miles de cosas. Le dijo palabras que ella había coleccionado y guardado para ese día, con tanto cuidado, que cualquiera creería que era el regalo tejido para el hijo que se ha perdido en la guerra . Mas el tejido de palabras estaba hecho de: “vagamundo” y de “irresponsable”; o de palabras que suenan y huelen feo como vil, astroso, zote, ignaro y otras que busco en declaraciones del comando de guerra americano, es decir, ¡una verdadera colección de insultos¡. Pero a favor de la mama de Cleto hay que decir, que ella quería mucho a Cleto y el se fue sin decir nada y sin escribir, mientras ella lloraba y se aburría como hipopótama bailarina abandonada. Ya lo perdonaría, sí, ya lo perdonaría. Pero primero el debía escuchar esas extrañas palabras que ella no sabía bien que significaban. Eran cosas que escuchaba a las otras señoras de la manada. Así pasaron el resto de tardes durante ese año. Pero lo que mas le dolió a Cleto, es que su mama se empecinara en decirle y recalcarle que el no "volaba porque los hipopótamos no saben volar". Se lo dijeron todos. Hasta su primo Rodulfo que era tan comprensivo antes de que Cleto se marchara, se había vuelto malgeniado y constante diciéndole lo mismo: “no volamos Cleto, los hipopótamos no volamos niño necio”
Al fin, de tantos y tantos amigos y familiares diciéndole todos junto a su mama, que era verdad, que los hipopótamos no sabían volar, Cleto se canso o se olvido de sus paseos con Lorenzo y ya no volvió a vérsele rondar por las altas copas de los viejos arboles, en las que asustaba a los chimpancés y al temido puma.
Y sin embargo, dicen, algunas veces se llena de una nostalgia con olor a río y a nube y se va a visitar a su amigo, el fiel Lorenzo, y juntos recorren las praderas en alguna jubilosa noche. Pero claro, en silencio.
Y esta, señores que me escuchan, es la otra explicación a los reportes locales de extraños eclipses cubriendo la cara iluminada de la luna, que se han registrado desde Johannesburg hasta kinhasa, desde cabo del hornos hasta el lago victoria. Pues esos momentáneos desaparecimientos de nuestro satélite lunar se deben a el lento pero seguro vuelo de Cleto, el hipopótamo que no sabia volar.
CATA, PERICO Y EL MENSAJE
Silvia Catalina miró a Perico antes de salir de su casa. Perico era grande, tenía las orejas largas y una mirada alegre, pero aunque Silvia Catalina ya había cumplido los 8 años, nunca había visto un perro de color verde.
“Debes quedarte aquí, Perico”. Le dijo la pequeña tomando su morral, y los ojos de Perico brillaban como si entendiera sus palabras, aunque eso no era posible: Perico era un perro grande de peluche.
Desde la puerta de su cuarto, cuando se marchaba para asistir a su primer día de clases en el grado tercero, la niña volvió a mirar a Perico.
- ¡Cuánto me gustaría que fueras de verdad, Perico! Así no tendrías que quedarte aquí, tan solo, mientras yo voy a clases.
Casi todo el tiempo Silvia Catalina era muy feliz. Para ella estudiar era como una fiesta, en la que se divertía y se encontraba con sus amigas; con ellas jugaba, paseaba los pasillos de su colegio - la Nacional de Comercio – y se emocionaba contando sus programas de televisión favoritos, como el de Phineas y Ferb. Cata, como la llamaban, realmente era feliz en el colegio y en su casa, con sus padres. El único momento del día en que sentía que su pequeño corazoncito se entristecía era cuando salía de su cuarto y dejaba solo a su compañero de toda la vida, el fiel perro de color verde.
Esta vez, Cata se fue pensando en Perico todo el camino. Se lo había regalado su abuela cuando ella tenía 2 años y nunca se había separado de él. Ni siquiera cuando fue con su familia de paseo a Bogotá. Al principio no noto que fuera diferente, pero, el día que iba a cumplir 5 años, el fastidioso primo de Viviana le había dicho: “Cata, ¿eso es un perro o una planta?” y entonces ella se dio cuenta de que el suyo era distinto de los otros, y se sintió molesta con ese niño que se burlaba del regalo de su abuela, y también sintió pena, porque su muñeco era distinto a los demás. Fue por eso que le puso como nombre Perico. Le pareció que así quedaría claro que su perrito era un animal y quedaría claro por qué era verde.
Antes de llegar al colegio se sintió aliviada: eso ya había pasado. Ahora se sentía orgullosa de que Perico fuera diferente a los otros, y además, ese molesto primo de Viviana vivía en Venezuela y seguramente nunca lo volvería a ver.
Cuando ya estaba frente a la puerta de su colegio, Cata se alegró mucho al ver a sus amigas y corrió para saludarlas. Sí, allí estaban Paola, Andrea, Viviana y…ahí estaba otra vez el primo de Viviana. ¿Qué haría en Cúcuta? ya debería estar estudiando en su país. Cata no tuvo que preguntarlo porque Viviana le dijo:
- Cata ¿te acuerdas de Federico? Se ha venido a vivir a casa, con nosotros.
Claro que lo recuerdo –pensó Cata – quien podría olvidarse de ese pecoso, fastidioso y grosero niño. Pero no dijo nada, únicamente lo saludó levantando un poco su manita y se fue lo más lejos que pudo para saludar a sus demás compañeras, pero antes de que diera dos pasos escuchó que Federico preguntaba:
- ¿esa no es la niña que tiene un perro marciano?
- ¿marciano? – preguntó Paola, levantando las cejas.
- Sí, un perro tan verde y orejón que debe ser de Marte.
- Ese es Perico, Cata lo tiene siempre en la cabecera de su cama – aclaró Viviana.
- Pero esa niña está muy grande para dormir con juguetes – dijo Federico, levantando la voz para que todos lo escucharan, y también soltó una carcajada.
Al regreso a casa su mamá se dio cuenta de que Cata estaba triste o preocupada, pero pensó que aun no era el momento de preguntarle. Lo primero era levantar su ánimo, y ella sabía muy bien como:
- Cata, ¿adivina que te espera entre el frio polar de la nevera?
- Mami - le dijo la pequeña – estás hablando como en el programa de Discovery.
- Es porque te voy a proponer una expedición para descubrir que hay en el congelador.
- ¡Helado de chocolate! – Cata gritó de alegría y se fue a prisa para regresar unos segundos después con un enorme helado de chocolate, su preferido entre todos los del mundo.
A los 8 años no hay pena que pueda contra un cremoso Superchocogustoso – Pensó la mamá de Cata – pero tengo que saber qué es lo que ha pasado. Ha vuelto triste del primer día de clases. Mi Cata, que es tan juguetona y cariñosa, no me dio el beso de saludo, no encendió el computador para jugar…ah, y tampoco ha puesto atención a la televisión. Aquí hay gato encerrado.
En realidad, para Cata, no había gato, sino perro encerrado. Y ese perro era Perico, que ahora había pasado al armario de su cuarto. ¿Por qué le habían dolido tanto las palabras de Federico? Se preguntó la niña.
Es cierto que se había burlado de su perro, pero, al hacerlo, también la había molestado a ella. Silvia Catalina se miró al espejo. Era la misma: ahí estaba su largo cabello café, sus ojos marrones, su carita, sus pequeñas manitas...entonces ¿Por qué sentía que algo había cambiado? No sabía la respuesta, ya que nunca le había preocupado mucho lo que pensaran los demás; si alguien le decía que estaba un poquito gordita, no se preocupaba, ella era así y así estaba contenta. Pero en cambio, las palabras de Federico sí le habían dolido. ¿Qué era lo que le molestaba? Recordó lo que Federico había dicho y como lo había dicho: dijo que Perico era un perro marciano, verde y orejón, que Perico era un juguete, y que ella… ella era muy grande para dormir con juguetes. Y claro, ahí estaba también esa horrible y repelente carcajada.
Elizabeth, la mamá de Cata, se dio cuenta del cambio que tuvo su hija. Ya no pedía helados, ya no cantaba por toda la casa como hacia siempre, hablaba como si fuera una niña mayor y había guardado en el armario a su fiel amigo de tantos años: Perico, el perro verde. Es – pensó Elizabeth - como si ya no quisiera seguir siendo niña. La mamá de Cata, además de tener muy buenos sentimientos, era inteligente y sabía que aun no era el momento para preguntarle a Cata que pasaba por su cabecita. Dejaría que pasara tranquila su cumpleaños - que era al día siguiente, el 19 de enero – y luego vería como se las arreglaba para hablar con ella. A lo mejor era eso, Cata seguro pensaba que con su cumpleaños debía comportarse como una niña mayor.
Aunque dos días después ya habían festejado su fiesta – Cata lo había pasado de maravilla - la mamá de Cata no encontraba el momento de hablar con su hija. La veía tan seria y callada, que se alegró cuando, de una manera que no esperaba, pudo entender lo que pasaba.
- A mí me parece una tontería – le decía, a Cata, Laura Sofía, su hermanita de seis años.
- Porque no es a ti a la que molestan – respondió Cata con tristeza - dicen que Perico es un bicho raro.
- Las que te dicen que tires a la basura a Perico no son tus amigas.
- No, pero son las niñas más grandes.
- Y más bobas.
- Sofi, no quiero que me traten como una niñita y se burlen, como lo hace Federico
La mamá de las niñas, que les llevaba unas galletas, se detuvo a escucharlas. Le parecía estar oyendo a dos muchachas grandes y no a sus pequeñas.
- ¡Ja!, ese Federico no sabe nada. Dijo que perico es un juguete – mientras hablaba sofí levantó un dedito como había visto que hacían en la televisión los detectives.
- Pero sí es un juguete – le contestó Cata.
- No, él es el guardián de tus sueños – Sofí se puso seria cuando terminó la frase.
- Ya, Laura Sofía, deja de repetir frases de Sueña Conmigo. Esto no es una novela.
- Eso no me lo dijo nadie, es que yo lo sé. Tú nunca juegas con Perico, ni siquiera dejas que yo lo toque. Pooor queee – Sofi abrió los ojos como si hubiera encontrado una verdad del tamaño de la luna – porque él no es un muñeco de jugar. Es un amigo de acompañar. El te acompaña todas las noches y también cuando llueve o estas con gripa y no puedes salir.
- Pero si no lo guardo no van a dejar de molestarme
- “El que no arriesga no gana” – gritó Sofi mirando al techo– y eso sí lo dice Roxi Pop.
Las dos niñas reían y la señora Elizabeth ya sabía qué pasaba. También sabía qué tenía que hacer. Por eso al entrar al cuarto de Cata, le dijo:
- Cata, el sábado quiero que te vistas temprano y me acompañes a una visita.
- Mami, el sábado no. Tengo que hacer tareas para poder pasar el domingo con abuelita.
- No te preocupes, yo te ayudaré después con las tareas. Además, vas a aprender algo que no está en los libros.
- Está bien mami. Me pondré el vestido de mi cumpleaños, pero debes saber que cuando me levanto temprano los sábados me da hambre de salchichas y jugo de naranja.
Cuando Cata terminó el último bocado de salchicha y había acabado el jugo de naranja, fue a buscar a su mamá para contarle que ya estaba lista.
En el carro la señora Elizabeth le estuvo hablando de Gramalote, un bonito pueblo que ella había visitado varias veces.
- mi Cata, ¿Sabes lo que pasó en Gramalote?
- Claro que sí, mamita. Se derrumbó todo.
- Sí, la naturaleza destruyó en tres días lo que sus habitantes habían construido en 153 años. Fue por el invierno, pero sobre todo por algo que llaman una falla geológica.
- Mami, y si todo se derrumbó ¿ahora donde viven?
- Donde los familiares, donde los amigos. Pero los menos afortunados viven en un mismo lugar que llaman albergue. A veces en colegios…como este. Ya llegamos.
Elizabeth bajó del carro varias cajas y bolsas.
- Esto es para ellos. Como se quedaron sin nada, todos tenemos que apoyarlos. Si nos hubiera pasado a nosotros, ellos habrían hecho lo mismo. Eso se llama solidaridad.
Mientras su mamá hablaba con varias señoras, Cata se asomó al salón que estaba al lado. Solo había un niño de unos diez años. Parecía muy triste. Cata sintió su misma tristeza.
- Mi casa era verde, del color de ese vestido. Pero la montaña la dañó –dijo el niño.
- A mí me gusta el color verde. Tengo un muñeco que es un perro verde y es mi guardián de sueños.
- Yo tenía algunos juguetes, pero la montaña también se los llevó. Ya no tenemos nada. Bueno, como dijo mi tío, todavía tenemos la vida.
- Y también las a tu familia - quiso consolarlo Cata.
- Pero yo no sé donde están mis papas. Ellos se fueron a Gramalote a ver si quedaba algo de la casa. Pero eso fue hace unos días y no han vuelto. Mi tío regreso a Lourdes porque es de allá. Estoy solo.
- Ahora estás conmigo. Y mañana también vendré, le diré a mi mami que tengo un amigo que quiero visitar.
- Yo me llamo Julio.
- Y yo soy Silvia Catalina, pero me puedes decir Cata.
Cuando julio le dio su mano para saludarla escucharon que la mama llamaba a la niña. Así que se despidieron.
- Mami, mañana no veré a la abuela. Quiero visitar a un amiguito que conocí en el alberje.
- Se dice albergue.
- Como sea. ¿Me puedes traer mañana?
- Claro.
- Y así me puedes enseñar lo que me ibas a enseñar.
- No hace falta mi Cata. Creo que ya lo habías aprendido antes de venir. La solidaridad es la amistad con los que uno todavía no conoce.
- Como eso que dijiste de apoyarlos.
- Sí, como apoyar, querer, respetar y ayudar.
- Pero en casa todos apoyaron y en cambio yo no traje nada.
- Mañana será otro día, y cada día es una nueva oportunidad para hacer lo que uno de verdad quiere.
Cata hizo sus tareas lo más rápido que pudo. Lo primero que hizo fue regresar a Perico a la cabecera de su cama. Ya no tendría pena de su fiel guardián de sueños, como lo llamó Sofi; ella era una niña, y las que le decían que lo botara ni siquiera eran sus amigas y tampoco quería que lo fueran. Y Federico ya no le importaba, su hermanita se lo había hecho ver como lo que era: un niño que no sabía nada. No sabía lo que era la amistad, por eso siempre estaba solo o con Viviana, porque ella era su prima y se lo tenía que aguantar. Nadie quería estar con él. Seguro que tampoco sabía lo que era la solidaridad.
Luego Cata busco entre sus cosas algo que pudiera gustarle a Julio. No podía ser ropa – el era más grande y era un niño – y las demás cosas, como eran de niña, no serían un buen regalo de nueva amistad.
Cata se paseo como un pajarito enjaulado por la casa. ¿Y si le cantaba una canción? Ella y Sofi querían ser cantantes. Podía escoger una bonita canción. Pero luego pensó que una canción se acaba y luego Julio no tendría nada.
La tarde se le hizo larga y ella seguía pensando: “Hay niños que ni siquiera tienen un juguete” -le había dicho su papa alguna vez - Y sus mamá le había dicho: “Cata, cuando se regala algo no se da lo que uno no quiere, se regala lo que uno más quiere, lo que le puede dar alegría a quien queremos obsequiar”. Cata se asusto. ¿Qué era lo que ella más quería aparte de su familia y sus amigas? – Y ninguno de ellos era un regalo – la respuesta era muy clara: Perico.
Pero si acababa de regresarlo a su cama, y además era su guardián de sueños, su amigo. No, no podía ser Perico. Así que Cata siguió buscando hasta la noche sin encontrar nada. Después estuvo hablándole a su enorme óiV r de peluche, y ya muy tarde, le hizo una sola pregunta a Perico. Una pregunta que su amigo no le podía responder.
Durmió abrazada al orejón perro verde de peluche. Pero al despertarse, lo encontró caído de la cama, junto a la puerta del cuarto. Cata pensó que esa era una señal de respuesta.
- Cata ¿ya estas lista?
- Sí, mamita – respondió ella con una melancolía muy grande.
Todos los que estaban en la sala de la casa se miraron sorprendidos: Silvia Catalina, Cata, llevaba en sus manos – con una cinta verde atada a sus orejas – a Perico.
Nadie le dijo nada. Ni siquiera su mamá se atrevió a preguntarle nada. Llegaron al albergue y cuando Elizabeth se iba a bajar del carro Cata la detuvo con un ruego.
- Mami, déjame ir sola. Voy a despedirme de Perico, y si tu estas, tal vez llore.
- Aquí te espero, mi bebe.
Nadie pareció darse cuenta de su entrada. Pero encontró a Julio en el mismo salón.
- Julio – le dijo - el es Perico. Tal vez te parezca raro por el color, pero es mi amigo y es el mejor perro del mundo.
- Niña, pero si es su mejor amigo ¿Por qué me lo regala?
- Porque tu ya no tienes muñecos y porque ahora tu eres mi amigo. Aunque Perico no es un juguete. Es un perro que acompaña.
- ¿Ya no lo quieres?
- Porque lo quiero mucho es que te lo regalo. Estará mejor contigo y tú estarás mejor con él.
- Está bien, Catalina - respondió Julio - pero con una condición: cuando vengan por mí y cuando yo ya tenga mis juguetes se lo regreso. Como regalo de vieja amistad. Catalina, tal vez perico ya no esté igual ¿no le importa?
- Si lo cuidas no me importará.
- Tal vez ya no lo reconozca.
- Yo siempre reconoceré a Perico. Ni que lo fueras a dañar o a cambiar de color.
- No, perico estará verde cuando lo vuelva a ver. Estoy muy feliz por el regalo.
- Tengo que irme, Julio.
- Yo también tengo un regalo, Catalina.
- ¿para mí?
- No.
- Entonces…
- Ya lo sabrá cuando lo abra.
- ¿Cuándo?
- No se preocupe, usted misma verá cuando debe abrirlo.
- ¿Es un misterio?
- Es un mensaje.
De regreso a su casa Cata llevaba apretado en sus manos el sobre de papel en el que Julio le había entregado el misterioso mensaje. Estaba feliz y triste a la vez, y eso nunca le había pasado. Tendría que esperar al próximo sábado para poder ver de nuevo a sus dos amigos, y ya estaba ansiosa de que llegara ese día. Por el momento solo le quedaba esperar y guardar en su lugar secreto el mensaje de Julio.
El sábado siguiente Cata lloró como nunca lo había hecho. Había regresado con su mama al albergue para pasar toda la mañana. Vio a todos los niños, habló con Pedro, con Juan, con Elena, con otros más y de todos termino haciéndose amiga. Pero no encontró a Julio. Preguntó por él y nadie supo decirle nada. Preguntó por Perico y nadie lo había visto – ¿un perro verde? Le habían preguntado con sorpresa los niños – y a Perico tampoco lo habían visto. Su mamá también pregunto a los mayores por Julio.
- No, señora Elizabeth, aquí hay un niño Julio, pero tiene seis meses.
- Pero mi hija habló con él.
- Tal vez tiene dos nombres ¿Cómo era?
- No sé. Yo no lo vi…
Cata lloró el sábado, el domingo, el lunes y hasta el martes. Perico se había perdido, lo había regalado y se había perdido. Ya nunca lo volvería a ver, ni a él ni a Julio. Y a hora le decían que julio no estuvo nunca en el albergue. ¿Sería un sueño? Se preguntó. Nadie lo había visto, ni siquiera su mamá. Y un señor le había dicho a su mamá eso de “es que los muchachos de ahora tienen mucha imaginación. Es por eso de la televisión. Yo no dejo que mis nietos vean televisión”.
Esta vez se sintió burlada, triste, con rabia, y no sabía cuántas cosas más sentía. Ni Sofí la alegraba con sus actuaciones de Roxi Pop. Ni siquiera los helados de chocolate la tranquilizaban. Perico, Perico…donde estaría su guardián de sueños.
Unas semanas más después Cata todavía seguía muy triste. Por eso, y para hacerla feliz, su abuelita la llevo a pasear al parque. Le contó historias de su niñez y la invito a un helado. Pero Cata no quiso el helado. Entonces la abuelita pensó que lo mejor era regresar. Y justo cuando pensó eso Cata salió corriendo.
- Cata ¿qué haces? Deja ese perro que te puede morder.
- Es una perrita, abuela. Y es orejona.
- Ten cuidado. Debe ser un animal callejero. No tiene collar - le advirtió su abuela.
- Pero es muy bonita – Viviana Cata mientras acariciaba a la perrita, que en realidad era bastante grande.
- Pero no tiene collar y te puede morder – insistió su abuela.
- Pero esta gordísima y es muy bonita.
- Claro, es que está embarazada – le aclaró su abuela – a lo mejor tiene dueño y se molesta.
- Está bien, abue – aceptó Silvia Catalina y se despidió del animal.
Lo extraño es que la perra – grande, gorda, de mucho pelo amarillo – no se quiso despedir, y aunque la abuela trató de espantarla, las siguió hasta la casa. Y fuera de la casa se quedo esperando después de que ellas entraron.
- Cata, que es eso de que trajiste una perra a casa.
- No, mami. Ella se vino sola.
- Sabes que no puedes traer perros a la casa y menos perros callejeros.
- Mami, es muy bonita.
La señora Elizabeth miró con ternura a Cata. Sabia cuanto estaba sufriendo. No solo era por Perico, también pensaba todo el tiempo en los niños de Gramalote. Tal vez si tuviera un perrito de verdad se sentiría menos triste. Se lo iba a permitir, pero no podía tener a la perra embarazada. Había que negociar con Cata, para que ella sintiera que había logrado convencer a su mamá.
- Pero está embarazada – le explicó la señora Elizabeth a su hija - un perrito vaya y venga. Pero no podemos tener varios perros. No hay espacio en la casa y me volverían loca.
- Solo por un poco de días, mami. Cuando tenga los bebes perritos los cuidaremos y cuando los niños de Gramalote ya tengan sus casas nuevas, se los regalaremos a mis amigos. Seremos hermanitos por parte de perros.
- Cata ¡tú sales con unas cosas! Tu papá va a poner el grito en el cielo, pero está bien. Seguro ya le tienes nombre.
- Se llama Roxi Pop.
- ¿Y eso porqué?
- Porque yo se que le va a gustar a Sofí.
- Bueno, pues se llamará Roxi Pop.
Esa misma noche y con la ayuda de su familia Roxi Pop paso a vivir a la casa de Cata. En el primer piso, bajo el techo que da al jardín, le pusieron su cama mientras un primo les regalaba la casita que había sido de Titán, un perro labrador que ahora estaba en una finca.
Roxi Pop le devolvió la alegría a Silvia Catalina e hizo muy feliz a Sofi. Aunque su mamá estaba muy pensativa porque en cualquier momento la casa se llenaría de perritos chillando. Roxi Pop estaba a punto de ser mamá.
Así pasaron los días más felices que Cata había vivido en varias semanas. Días alegres y sin alarmas, al menos hasta que, una mañana de domingo, Cata se despertó con los fuertes ladridos de Roxi Pop. Aun estaba un poco oscuro, pero ella sabía que Roxi Pop dormía junto al jardín. Así que se asomó a su ventana para ver que alarmaba a su perrita y…entones los vio.
Abajo, junto a la entrada del la casa, un niño la miraba fijamente mientras caminaba. Junto a él estaba un perro. Pero era muy raro lo que veían sus ojos: ¡era Julio! Y junto a él andaba un extraño y orejón perro verde de peluche.
- ¡Perico! ¡Perico! – Gritó Cata y se frotó los ojos para ver mejor.
Cuando volvió a mirar ya no estaban. Bajo corriendo la escalera y casi se cae rodando por ella.
- ¡Mami, es Perico! ¡Perico volvió! Esta con Julio. Ábreme la puerta, mami.
Sus gritos habrían despertado a todos en la casa si su familia – a excepción de la dormilona Sofi – no estuvieran ya despiertos.
- ¿Qué pasa, Cata? – preguntó su mamá.
- Es perico. Esta afuera con Julio. Yo los vi. Abre la puerta para que entren.
- No hay nadie afuera, Cata. Tuviste un sueño.
- No, mami, no fue un sueño. Estoy segura. No puedo creer que sea un sueño.
- Entonces no vas a creer esto que es más extraño que un sueño. Ven…
Su mamá la llevó de la mano hasta el cuarto de las cosas viejas, al fondo de la casa.
- Ya nacieron los cachorritos de Roxi Pop – le contó a su hija.
- ¡sí! ¿y son bonitos?
- Te vas a sorprender. Ya están limpios y te queremos mostrar algo increíble, entra – le dijo su mamá justo en la puerta del cuarto de las cosas viejas – entra.
Cata sentía que tantos perritos no cabían en sus ojos. Eran…los fue contando: 1, 2, 3, 4, 5, 6,7 y…
- ¡Mami…! - fue lo único que pudo decir Cata.
Porque ahí, frente a ella, estaban siete bebecitos con sus trompitas coloradas y su piel pardo claro. Pero el numero 8, aunque también tenía la trompita rosada ¡era verde!
- Es Perico. – dijo Cata.
- Lo deseaste tanto, mi niña, que este perrito nació verde, como Perico.
- -No, mami. Es perico. Julio me dijo que cuando lo volviera a ver no iba a saber que era Perico. Pero yo le dije la verdad, que yo si lo iba a saber. Yo sé que es él ¡Perico nació!
- Cálmate, Silvia Catalina, que se te va a salir el corazoncito. Toma, acarícialo.
- Mami. Antes de acariciar a Perico, hay algo que tengo que leer.
Y Cata subió a la carrera a su cuarto. Busco en su lugar secreto un mensaje que había olvidado por las tristezas y alegrías de los días anteriores. Y poco a poco lo leyó:
“Cata, no te preguntes quien soy, porque algún día, cuando seas más grande, lo entenderás. Solo debes saber que soy tu amigo, aunque no me llamó Julio. Has sido buena y me has regalado tu más preciado tesoro. Yo te lo devuelvo, como te había prometido, y te lo devuelvo como tú lo deseabas ¿recuerdas? Un día dijiste: “Cuanto me gustaría que fueras de verdad, Perico. Así no tendrías que quedarte aquí, tan solo, mientras yo voy a clases”. Es, pequeña Cata, que los milagros existen, aunque no siempre sean como este. Ese es el mensaje que debes compartir con tus amigos de Gramalote, el mensaje que te dejé: cuando deseamos algo con todas nuestras fuerzas, con fe, y hacemos lo que debemos pensando en el bien de todos, podemos hacer realidad los milagros.
Ha sido un buen milagro que nadie haya perdido la vida en Gramalote. Y eso debe darles las fuerzas para hacer del nuevo Gramalote un milagro de unión, de vida, de amistad y solidaridad. Los niños de hoy, tus amigos, harán el Gramalote del futuro. Será un milagro, pero un milagro hecho por todos.
No debes mostrarle esta nota a nadie ni contar que es verdad. Sera nuestro secreto, pero de alguna manera haremos que los demás lo sepan. ¿Te parece bien que sea a través de una de esas historias que te gusta leer? Seguro que sí. Será una historia. Y para que nuestro mensaje llegue a tus amigos, pídele a alguien que escriba esta historia. Dile que es inventada. ¿Cómo sabrás quien es ese escritor y cuando deberás decírselo? No te preocupes, al igual que te conté antes, ya lo sabrás cuando llegue el momento. Que seas muy feliz”.
Cata terminó de leer, bajó la escalera, fue al cuarto del fondo, recibió en su mano a Perico y por primera vez lo acarició, mientras el cachorro estiraba muy contento su trompita.
Cata es muy feliz. Y tú, que también puedes serlo, ahora que estás leyendo estas palabras, debes imaginar a quién le contó Cata - para que la escribiera - su sorprendente historia.
FIN
Norwell Calderón Rojas
GRAMALOTE POR SIEMPRE
Gramalote es la memoria de un pueblo hermoso y pujante del Norte de Santander. Hogar de vidas e historias que ahora pertenece al recuerdo imperecedero de sus hijos. Un pueblo ejemplo de dignidad, que deberá renacer con el esfuerzo de todos los colombianos. He escrito este cuento – tal vez con mucha prisa, pero sobre todo, con mis mejores sentimientos - para complacer a una pequeña y cariñosa amiga: Silvia Catalina Gentil Suarez. Y para trasmitir un mensaje de fe y esperanza a mis vecinos. Fui personero de Lourdes, el pueblo más cercano, y con mi familia tenemos una pequeña finca a solo unos kilómetros del antiguo casco urbano. Por esa razón, porque conozco a sus ciudadanos, sé que Gramalote no desapareció. Sigue ahí y no desaparecerá nunca, Gramalote es el sentimiento de sus gentes, su bondad y capacidad de trabajo. Gramalote no se destruyó, solo se hizo más grande: ahora está en cada hogar donde estén sus habitantes.
Norwell Calderón Rojas